Que sí, que no me había olvidado…

Sicilia, 1926. Una joven y lozana campesina… Se moría ese día. D.E.P. Y mientras, ese mismo jueves cuatro incautos (La Arquitecta Flamenca, El Sr. y la Sra. De Tariro-Tariro y el que suscribe) que no sabían que la mejor abuela catódica que podíamos haber tenido dejaba este mundo y entraba en la leyenda, dirigían sus pasos (vale, sus ruedas) hacia Lorca, al concierto de Pink Martini en la Fortaleza del Sol.
Cuando lo contaba en el trabajo, la gente se quedaba igual que antes al decirles el nombre del grupo (incluso más de uno y más de una se creía que era algún grupo heavy que iba al Lorca-rock) y peor aún es tratar de explicar qué tipo de música hacen. Te miran como si fueras un extraterrestre. Si te da la vena cool y lo dejas en un grupo de jazz con múltiples influencias, la cara es de “ya está éste con sus cosas raras”. Si lo dejas en algo más descriptivo y dices que son algo así como una orquesta que lo mismo te toca un mambo, un cha-cha-chá o un vals, a lo que llegan es a asociarlo con una verbena de pueblo.
¿Y por qué elegir una de las dos opciones? ¿Por qué decantarse por el smoking y el traje de gasas o las bermudas y las camisas floreadas? Mejor quedarse con todo.
Algo así fue el concierto. Aparecieron con sus mejores galas (y la cresta de Lauderlade, pero bueno, ya era algo esperado, que este crío con los looks capilares se pasa tres pueblos), arrancando el concierto con “Tempo perdido”, dejándonos a todos con la boca abierta: el sonido llegaba a ser tan perfecto que parecía pregrabado:
Enorme China Forbes, tanto con su voz, como con su estilo. Te entraban ganas de ir arreglado de punta en blanco, de añorar el estilo de vestimenta de los años 40 y 50, esos tupés, esas cinturas de avispa y esa caballerosidad denostada (que no me arrepiento del tiempo que me ha tocado vivir, pero ese rollete era el que pegaba en ese momento.)
Fueron desgranando canción tras canción de sus tres trabajos, con algunos temas nuevos, incluido un solo de violín que nos puso a todo los pelos como escarpias.
Aunque, todo sea dicho, yo no tenía ojos náh máh que pa él:
Derek Rieth, percusionista del grupo, un osete que ya me ponía malísimo en las fotos del libreto de “Hang On Little Tomato” y que en directo no perdía ná el jodío. Eso sí, el muy cabrón tendrá algún pacto con Don Diablo al estilo Dorian Gray porque ni ha cambiado desde las fotos de ese disco, ni había manera de hacerle una foto decente. Que todas las que tengo en la cámara parecen un cuadro abstracto.
La gente se fue animando poco a poco a levantarse de sus asientos, haciendo que al final, La Arquitecta Flamenca y la Sra. De Tariro-Tariro me arrastraran a una zona del recinto donde se había formado una verbena improvisada. Jubilados que aplaudían desde sus asientos, algún niño por allí suelto (¿a 23 € la entrada?), un grupo de ingleses algo perjudicados y más gente que improvisaba un charlestón, un claqué o simplemente dos payasadas con las que acompañar las canciones.
Y varios de los componentes con ojos como platos. Al final va a ser verdad que Spéin Is Díferen, y lo de ser tan espontáneo no se lleva por otros lares. Porque cuando llegaron los bises y tocaron “Brazil” la gente se avalanzó al lado del escenario y fue el acabose. Ahora sí que era una pura verbena de pueblo.
Supongo que el mal sabor de boca de suspender su concierto del día anterior en San Sebastián se les quitaría. Eso espero, porque creo que a los que estábamos allí no nos importaría volver a verlos por aquí. Yo pienso repetir.
[Canción recomendada: Pink Martini, “Hey, Eugene!”]