Mol fort, bonica

Odio la tele en esta época del año. No porque sólo pongan series de policías y de médicos que, por principios y aprensión, no veo. Sino porque empiezan los anuncios gilipollas de cerveza para el verano: ya sea Cruzcampo, Mahou o San Miguel, compiten a ver cuál de sus publicistas tiene menos neuronas y la que le queda, es más bien un protozoo.

De vez en cuando, te sorprende alguno como el de la Coca-Cola. Pero tampoco va dirigido a mi generación. Aunque me suenen cosas (emblemática la frase de Mayra Gómez-Kemp de “hasta aquí puedo leer”), yo no me acuerdo de haber visto jugar a Gordillo ni me suenan los Chiripitifláuticos.

Mi generación es otra. Es aquella que vio nacer el boom de las televisiones privadas. Pero antes, pudo disfrutar de las autonómicas… algunos aprendimos algo de valenciano gracias a la “Bola del Drac” y cuando vimos la serie en castellano no tenía tanta gracia.

Pero lo mejor eran los programas matinales veraniegos. Te levantabas tarde y desayunabas con Joan Monleón, ese monstruo de la televisión. Literal y metafóricamente hablando. Su morning-show era como si a Maria Lorzas Campos la pusieras en un quiosquillo de la feria de un pueblo de la sierra: había más imaginación que posibles y se descubrió el filón de las asociaciones de amas de casa y de jubilados para llenar un plató a cambio de un bocatatún y un botellín de agua.

El momento estelar era cuando empezaba el concurso telefónico, donde la ruleta de la suerte era sustituida por la paella valenciana . ¡Tu fortuna escondida debajo de un cuixa de pollastre o de una clochina¡ Entonces, las azofaifas bajaban con sus botijo-tetillas cantando lo de “a guanyar diners” y a elegir aquella que escondían más pesetas en sus ubres con forma de hucha. ¿O era al revés?

Y luego preguntan por qué soy gay.

[Canción recomendada: Joan Monleón “A guanyar diners”]