Es evidente que los gustos cambian con el paso del tiempo. Cuando era crío, odiaba la ensaladilla rusa, y era de los que, a la hora de comer, había que quitarle “lo verde” y “lo rojo” del plato porque si no, no pinchaba ni un trozo de pollo o de patata. A día de hoy, no le digo que no a una rosquilla con un pegote de ensaladilla coronada por una anchoa, y no soy vegetariano porque del cerdo me gustan hasta los andares.
En cuanto a gustos sobre la carne, también va variando. Si antes te llamaba la atención un rubito despampanante, ahora encuentras la mar de sexy al rapa-polvo que pasa por delante de ti en la parada del bus.
El problema está cuando eres tú quien quiere entrar al ser el oscuro objeto de deseo de ese maromo que está en la barra, pero no te encuentras dentro del espectro del mercado de la carne. Es como lo de “demasiado viejo para morir joven, demasiado joven para morir viejo”.
Después de asumir, de una vez por todas, que no hay nada malo en querer que te pongan mirando para Benejúzar, me dije a mí mismo “aquí estoy porque he venido” y me lancé al ruedo de la caza con señuelo… Pero, jatetú, te das cuenta que en la vida has pisado un gimnasio y que el vello corporal no está de moda. Ni era una musculoca, ni una moderna andrógina, por mucho que metiera barriga embutido en licra y por mucho que me comprara las camisetas en Zara Niño. Así que, nasty de plasty. Sorbiéndome los mocos y asumiendo que el chavalín ese con la cara de no haber roto un plato en la vida está fuera de tu alcance.
Ale. Una vez aceptado que no eres una radiografía humana, que el único parecido que tienes con Justin de Queer As Folk es que los dos cagáis por el mismo sitio, tu campo de visión se dirige a otro patrón de maricong (telefong.) Te sueltas un poco la lorza, porque tampoco está de moda morir asfixiado (el que conozca algún famoso que haya perecido por aguantar la respiración, que hable ahora o calle para siempre); y qué cojones, abres un poco la camisa para que se vean esos pelillos a la mar, que donde hay pelo, hay alegría… Segundo chasco. No eres ni lo suficientemente peludo ni estás los suficientemente hermoso como para llamar la atención. No eres un chubby, un bear, a lo sumo un proyecto de cub, pero te faltan unos kilitos… Toda tu puta vida intentando controlar ese flotador humano que te va creciendo por delante (¡y por detrás!), luchando contra tentaciones altas en calorías, para que te digan que estás delgado y por eso no gustas… En la vida me he muerto.
Así que, desde aquí, me hago adalid de la mediocridad desde ya. ¡Vivan los tíos ni muy gordos, ni muy delgados, con su agarraderas del amor, con su barriguilla que no llega a convertirse en un falso embarazo, con sus entraditas y su coronilla despejada sin llegar a estar calvos del todo, con su pelo en el pecho sin entrar en la categoría de edredón nórdico! ¡Viva la mediocridad! ¡Vivan los hombres del montón!
Uffagustomehequedao…
[Canción recomendada: Pastora “Transparente”]