Un cristal. Una mosca. Golpeándose sin parar en la superficie transparente. Si tuviera conciencia, sabría que va a seguir así: ella dentro de la casa y el resto del mundo detrás de un muro invisible. Si tuviera entendimiento, comprendería lo que otra mosca le estaría advirtiendo: que parara, que no iba a conseguir nada, sólo hacerse daño. Que mejor siguiera dentro, donde se está bien, hay comida y espacio suficiente para moverse. Pero ella seguirá hasta que se den dos opciones: que alguien le abra la ventana o, agotada y medio muerta, caiga al suelo.
Una mujer bella, madura y con independencia económica. Culta, con una educación completa, que sabe qué está bien y qué está mal, lo que es correcto y lo que no. Que no necesita a un hombre a su lado para ser “alguien”.
Un chico joven, carnal, bruto. Lo que se dice un macho, un cabronazo. Con una sensualidad ambigua y una mentalidad de hace dos siglos. Atrae por el riesgo y el sexo que transpira.
Ella cree que puede atravesar el cristal que los separa y lo podrá transformar en algo diferente, algo mejor. Darle forma como si fuera arcilla. Él ha dejado claro cuáles son las reglas del juego y dónde está la línea de meta. Y que al ganador se le recibirá con una gran explosión de fuegos artificiales… aunque todo el mundo sabe que quien juega con fuego acabará quemándose. Desprecios, humillaciones, autoengaños en nombre de un "Amor" que no es real, que sólo es "Atracción" y que no va evolucionar en otra cosa. ¿Quién es el culpable, ella por renunciar a ser quien es o él por ser sincero desde un principio? ¿Ella por querer cambiarlo o él por intentar doblegarla?
Lo jodía que es Isabelle Huppert, lo buena actriz que es la cabrona, cómo puede transmitir tanto con esa mirada gélida... y lo bien que quedan las relaciones tormentosas en el cine o en una novela. Aunque, en la vida real, ni en pintura.
[Canción recomendada: Llorca “The End”]